Museos: Puertas de la sabiduría

Si una biblioteca es el compendio del quehacer humano, el museo es la expresión cabal de los elementos que utilizó el hombre para manifestarse. Ambos, son precisiones culturales de primera magnitud que potencian -con su solo nombre, incluso-, la existencia de todo un pueblo. Es el valor agregado a la estructura social de toda ciudad que se precie como comunidad organizada y dinámica. Para los países del primer mundo, poseer museos, cualquiera sea su especialidad, es atribuir un alto grado de mérito y honor al núcleo poblacional que los sustenta. Dicho de otro modo: tanto más vale un pueblo que atesora la riqueza intrínseca de sus propios recursos y la reminiscencia de sus experiencias, que aquel otro que no los comprende e incluso los niega, en un supino oscurantismo típico de algunas personas y conceptualizaciones políticas.

No obstante, no existe categoría urbana incapaz de recrear su propia historia. Esta es inherente al devenir de nuestro género; lo gesta con su crecimiento. Son los hombres que equivocan el rumbo quienes prefieren no recordar, dado que la cultura no proporciona dividendos económicos. O eso creen.

¿Cuántos intentos de creación o moribundos proyectos de museos, claudicaron en aras de quienes no vieron más allá de sus narices?. O se dolieron por ser proyectos acuñados por seres probos o visionarios, no pertenecientes a su "gestión" o ser, sencillamente, conceptos tan modernos que escaparon a la realidad de su tiempo y a su capacidad interpretativa. Los hubo de toda índole, sin dudas.

Ya en la década de los 70, existió un Museo de Berisso y del Inmigrante, que la desidia y la ingratitud de los cambios gubernamentales -pese a ser del mismo color- llevó paulatinamente a su desaparición o cuando menos a un postrer archivo empolvado. También un Museo Histórico-Vivencial reunió mejoras horas en el prado nutritivo de los pocos que coadyuvaron a su mantenimiento y desarrollo y que hoy ya no están para asegurar su continuidad. Solo yace del mismo un páramo innominado de atribuladas carpetas.

Y el Museo Ornitológico, creado en noviembre de 1986 bajo el mandato del Ing. Carlos Nazar, con sus casi diecinueve años de existencia -¡al fin y al cabo el único que permanece incólume, pese a las tormentas y ráfagas de destinos contrapuestos!-, subyace en la monotonía de un silencio forzoso -¿o forzado?-, que puede corroerlo sin la diana sonora de un sustento acorde.

También, otros proyectos privados fulguran en la más cerrada oscuridad de la inopia cultural -¡cultura!, una perfecta mala palabra para algunos dirigentes-, como ser el museo de la palabra o el de los envases de vidrio, de neto cuño particular.

Lastima pensar en las contingencias por ser y perdurar del denominado inteligentemente "1871", justo homenaje a nuestros orígenes saladeriles. ¿De qué valen los esfuerzos por conservar el rico patrimonio vivencial de la concepción inmigrante, si la intransigencia de unos pocos, la suspicacia de otros más o la negligencia de algunos menos, se constituye en vallado artificial o inexpresivo vacío al cual confluye el tembladeral de la insuficiencia burocrática?.

Si a la valiente pasión de Luis Guruciaga por conmemorar la historia válida de nuestro Partido, no se le da el cauce necesario para hacerse impetuoso torrente -lo es él por propio talento- que lleve al estuario de la comprensión y reconocimiento a su épica coleccionista, tal vez no solo naufrague su emoción y sentimiento hacia el pasado, sino también se defraudará a todo un pueblo, partícipe incrédulo de los conflictos suscitados en su entorno.

Recordemos con un mínimo grado de solidaria sensibilidad -apenas un poco-, que no solo se tiene un " museo de los pajaritos " o se requiere un " museo de fotitos y antiguallas " -tan despectivamente como algunos profieren-. En el primero de ellos, es la propia memoria de los ambientes naturales y sus habitantes silvestres que desaparecerán -por destrucción e inevitable cambio del paisaje por el hombre-, que se preserva para el interrogatorio y claridad de nuestros hijos y nietos, que algún día -con seguridad-, inquirirán con crudeza ecológica. En el segundo, es la propia e ineludible conciencia por mantener la gesta heroica de nuestros padres y abuelos inmigrantes y provincianos, a través de sus imágenes, utensilios y herramientas culturales, para poder reflejarnos en sus actitudes y pensamientos, a fin de emularlos y proseguir con dignidad.

Tan solo por ellos se hace imprescindible que existan museos en Berisso -tantos más, mejor-. Ellos son los vehículos que nos transportan al interior de nuestra propia mirada. Quizás para juzgarnos con sabia indulgencia o crítica reparadora. Pero nunca con ignorancia, por no tenerlos.

Berisso, como pueblo receptivo de civilizaciones, turístico y vital, puede y debe tenerlos.

 


 

 

 
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