Nieve en Los Talas
Como es natural para esta época, el descenso de temperatura ambiental provoca reacciones en la vegetación tanto urbana como la correspondiente a los espacios silvestres de Berisso. Ello se manifiesta en la caída de follaje de la mayoría de los árboles y arbustos, así como en el marchitamiento de la flora menuda de los campos, que pasa del verde feraz a uno envejecido, cuando no pajizo, que amortigua inesperadamente el vivo paisaje veraniego.
Y al agostarse las plantas, se tiene la impresión que toda forma de vida hubiese "fugado" buscando otros soles en la distancia del horizonte. Tal la soledad aparente a que nos somete la falta de colores, que nuestra imaginación nos juega una mala pasada, al asociar su paisaje mustio con la carencia absoluta de sus cotidianos habitantes.
Si bien -es cierto- algunos de ellos emigran en pos de territorios con mejores posibilidades de alimento y calor, importante número de seres de distinta índole permanece pese al frío y los escasos recursos disponibles. Y otros nuevos, también, aparecen en escena, tal la diversidad y creatividad evolutiva.
Es en el otoño cuando, en las áreas ganaderas de Los Talas y terrenos baldíos aledaños a los predios domiciliarios, florece un arbusto pequeño -no mayor a 40 cm-, de base leñosa y ramificaciones herbáceas, en diminutas y densas corolas formando estrechas y largas espigas blancas. La Chilca Plateada -tal es su nombre- ( Baccharis notosergila ) vegeta en extendidos y solitarios manchones diseminados sobre la superficie abierta entre los talares o bosques xeromórficos del centro del Partido. Su particularidad es la de multiplicarse formando apretados ramilletes a modo de "alfombras" entre el tapiz dominante de gramíneas.
Observadas a la distancia, estas espesuras ofrecen un espectáculo interesante, ya que según el ángulo de incidencia de la luz, remedan campos parcialmente nevados. O también y de acuerdo a la predisposición del ojo avizor y creativo, parecen algodonosas nubes flotando a ras del suelo, fantasmales bocanadas de humo plata que expele el ignoto duende de la tierra.
En la siesta, cuando el astro calienta y fluidifica la atmósfera, nuestra planta "atrapa" con suave fragancia a decenas de amarillas avispas, doradas moscas y otros insectos voladores, quienes se abastecen con el polen y el combustible de su rústico néctar, escaso pero suficiente para continuar la jornada. En el vaporoso interior de las matas, bullen otras formas de vida: gruesos y pesados escarabajos con caparazones garabateados en pardo y negro -cetónidos-, y otros esbeltos con enormes antenas superando la longitud del cuerpo -cerambícidos-, tan lustrosos como recién salidos de un mágico estanque. Huéspedes de un mundo diminuto, en parcelas temporales que dan refugio y propician encuentros de otra manera fortuitos para los errabundos del gigantesco herbazal.
A la manera de un farol, esta planta participa con su particular lumbre, de citas vitales y aún de goces visuales, toda vez que detengamos nuestra mirada en la humildad maravillosa de sus frondas efímeras. Llegado el invierno, apagará su luz para echar a dormir envuelta entre exangües hojas, tan parecidas a cualquier pasto, que costará reconocerla hasta un nuevo otoño, cuando produzca otra nueva tibia helada.
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